En los orígenes de “Aves de Chile, sus islas oceánicas y Península Antártica” (FS Editorial, 2016) hubo tanto una promesa de infancia como el deseo, más adulto, de inscribirse con sello distintivo en la lista de libros que componen la historia de la ornitología chilena.
Porque cuando, en 1997, Enrique Couve y Claudio Vidal formaron Far South Expeditions ambos tenían claro que de aquella alianza saldría algo más que una compañía turística.
La chispa se había encendido en los años 60. Couve, colegial viñamarino, padecía en carne propia la dificultad de no contar con libros introductorios y guías de campo para satisfacer su curiosidad de pajarero incipiente. Se manejaba como podía con los venerables dos tomos del clásico “Las Aves de Chile, su conocimiento y sus costumbres” (1951) de J. D. Goodall, A. W. Johnson y R.A. Philippi, sin dibujos, que encontró en su colegio y que el bibliotecario terminó por regalarle, pero se demoró años en identificar por su nombre a las aves que observaba.
La falta de guías descriptivas lo marcó al punto de prometerse que algún día haría un libro ilustrado para que nadie más sufriera esas “pellejerías”.
Vidal, de una generación posterior de ornitólogos, formado con la “Guía de campos de las aves de Chile” de Braulio Araya y Guillermo Millie —que tenía dibujos, pero en blanco y negro—, sintonizó de inmediato con esa aspiración. De hecho, en 1999 ya estaban publicando “Aves de Torres del Paine” y a lo largo del tiempo elaboraron una decena más de guías de campo.
Pero el proyecto angular demoró dos décadas en materializarse: sin deadline impuesto, se descontinuó y reinventó varias veces en distintas maquetas. La distancia física, con dos de los autores en Punta Arenas y el tercero (Jorge Ruiz, a cargo de las ilustraciones) en Valdivia, hizo lo suyo, hasta que consiguieron un ritmo de trabajo que los llevó a encerrarse a trabajar durante los últimos inviernos en Porvenir, Tierra del Fuego.
Cuando ya estaba próximo a salir, el crecimiento del mercado editorial los obligó a buscar un giro novedoso que lo diferenciara, empezando por actualizar casi hasta el último momento el ordenamiento taxonómico y los nombres de las 443 especies residentes y migratorias y de las 88 errantes o irregulares que lo componen. Toda esa información, repartida en 550 páginas, pudo dar como resultado un mamotreto abrumador, pero los autores se cuidaron de caer en un discurso enciclopédico: la idea era que el contenido fuera conciso, que facilitara la labor de identificar en lugar de sobrepasar al usuario y que dejara satisfechos tanto al observador neófito como al avanzado y al científico.
Las 945 ilustraciones de Ruiz —principalmente acuarelas inspiradas en fotografías— son a todo color, en lámina grande, casi un ave por página, con el fin de estimular las ganas de avistar, y cada especie está identificada con su hábitat, características, rango geográfico y un mapa que sitúa su distribución en Chile y países adyacentes.
“Aves de Chile…” está diseñado para ser el mejor compañero de viaje. Su tamaño no debiera ser un problema: de formato vertical, bordes redondeados, forro plastificado y empaste robusto, fue pensado para ir al terreno, junto a los binoculares, o bien para consultar antes o después de una salida.
“Aves de Chile…” es, también, un homenaje y tributo a los maestros: Goodall, Johnson, Philippi, , Behn, Araya, Millie y otros. “Nuestro anhelo es dar continuidad al espíritu de los inspiradores trabajos de estos ornitólogos pioneros, quienes produjeron superlativas contribuciones con sus publicaciones”, expresan los autores en el prólogo. Estas páginas, además, animan “la íntima curiosidad del naturalista y la pasión del poeta” dentro de una ética del observar y descubrir vinculada a la conservación.
“Somos pajareros desesperados”, dijo Couve, citando a Pablo Neruda, gran ornitólogo de oficio, en el lanzamiento del libro en la Universidad de Magallanes. Con esta completa guía de la avifauna local no hay excusas para no rendirse con entusiasmo a esa dulce desesperación.
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