Hablemos de grandes mamíferos viajeros, de sus siluetas imponentes y sus cantos delicados. Hablemos de sus rutas en busca de alimento y lugares donde aparearse y reproducirse, que dos veces al año las traen a las costas chilenas. Hablemos de la experiencia inolvidable, para muchos un sueño cumplido, de presenciar gentileza y poder en forma de saltos, elevados chorros de vapor y colas de marcas únicas.
Entre diciembre y mayo, el hemisferio sur está en la ruta migratoria de las ballenas, con las aguas patagónicas como escenario privilegiado del paso de uno de los animales más impresionantes de la naturaleza. Chile, que concentra el 50% del total de cetáceos en el mundo, incluyendo ballenas, orcas y delfines, es una zona libre de caza de estas especies desde 2008, fecha en que se decretó la creación del primer santuario ballenero de América del Sur, poco más de cinco millones de km² de la zona económica exclusiva del país.
Las Ballenas Jorobadas o Yubartas (Megaptera novaeangliae) viajan cada verano desde América Central hacia la Antártica, pero se sabe que desde mediados de los 90 un centenar de ellas se desvía hacia los canales del estrecho de Magallanes para quedarse algunos meses en las inmediaciones de la isla Carlos III, parte del Parque Marino Francisco Coloane, donde han encontrado grandes cantidades de krill, plancton y sardinas. Robustas y curiosas, buenas acompañantes de los barcos, las yubartas le deben el nombre a la joroba (en latín, gibbus) que forman con el lomo al sumergirse.
La intrincada geografía de acceso a la isla Carlos III, que permite sólo la navegación de embarcaciones menores con pequeños grupos de pasajeros, ayuda a que la experiencia con las ballenas sea todo lo cercana y prístina que se quisiera. En Far South Expeditions hay tres tour que llegan al lugar: Wildlife Icons of Patagonia, que promete el avistamiento de pumas, pingüino rey y yubartas, con un algunos días de treckking por el parque Torres del Paine y después navegación en ferry hacia el sur, y dos que zarpan desde Punta Arenas hacia Carlos III con el propósito específico de disfrutar de la avifauna marina y conseguir un encuentro con las ballenas.
En la costa norte de la Patagonia se deja ver la Ballena Azul (Balaenoptera musculus brevicauda), que puede medir hasta 30 metros de largo y pesar 180 toneladas, siendo el mamífero marino más grande del planeta. Al igual que ocurre con las yubartas, un grupo de ellas decidió abreviar el viaje hacia la Antártica y refugiarse en los mares del archipiélago chilote para alimentarse, en particular en el golfo Corcovado y al noroeste de la Isla Grande. Entre enero y abril circularían por el sector unos 300 ejemplares. Como parte de un tour de tres días por Chiloé, Far South llega hasta la caleta Puñihuel, donde hay buenas probabilidades de avistar al gigante marino.
Otro imperdible para el avistamiento de ballenas es la Península Valdés, en la Patagonia argentina. La costa del Atlántico es, en este caso, parte de la ruta migratoria de la Ballena Franca Austral (Eubalaena australis), que entre julio y diciembre asciende desde las aguas subantárticas para aparearse y esperar el nacimiento de sus crías en el golfo de Chubut. Esta especie carece de aleta dorsal pero es reconocible por su amplia y arqueada boca y las callosidades de su cabeza. Es curiosa y suele acompañar a las embarcaciones. Hacia Valdés, donde se calcula una población de dos mil individuos, Far South ofrece un tour desde Trelew o Puerto Madryn liderado por Claudio F. Vidal, uno de sus fundadores.
No hay excusa, entonces, para dejar de cumplir el sueño de acompañar el viaje pausado y elegante de estos mamíferos marinos, hasta hace poco seriamente amenazadas por la pesca industrial y la caza y que hoy, gracias a múltiples esfuerzos del mundo de la conservación y de la ciencia, avanzan hacia la recuperación.
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