Sin duda que la luz hace posible que podamos hacer fotografía. Si bien es cierto que tiene que haber una suficiente cantidad de luz para poder hacer fotografía, lo que realmente caracteriza a la fotografía es la calidad de ésta. En la fotografía , la luz proviene sobre todo de una fuente: el sol. Esta luz viaja a través de la atmósfera, se refleja en la escena, pasa a través de la lente de tu cámara y por último choca con el sensor. A lo largo del camino se ve afectada la calidad de la luz por distintos factores, por la hora del día o por su dirección respecto al motivo.
La luz que una escena refleja puede ser homogénea o estar contrastada,ser intensa o tenue, dura o blanda, cálida o fría, y también puede variar en color, desde el rojo hasta azul. Una luz azulada crea un ambiente más tranquilo mientras que una luz cálida aporta más emoción y energía. Por lo general las fotografías más atractivas suelen hacerse con una luz más homogénea pero que posea contraste suficiente para añadir profundidad.
Si bien el contraste es una pieza clave en la fotografía, un contraste extremo puede arruinarla. El contraste es el rango de tonos que va desde el más claro al más oscuro. El contraste es más extremo cuando el sol está en la vertical. En un día nublado el contraste es menor. Si en un día claro y soleado puedes ver sombras oscuras y debes cerrar mucho los ojos entonces el contraste es demasiado alto para tu cámara.
La luz directa es la luz que incide desde el sol y da directamente en el motivo, al contrario de la luz indirecta que ilumina el motivo tras ser dispersada por las nubes , los árboles o la propia atmósfera. Al fotografiar con luz directa puedes probar con diferentes posiciones, no solamente con la luz a espaldas tuyas. La luz frontal es fantástica para mostrar detalles pero puede dar lugar a imágenes planas pues no hay sombras que aporten profundidad. El contraluz,en el que la fuente de luz queda detrás del motivo y le da la cara al fotógrafo, es difícil de trabajar pero puede originar imágenes extraordinarias. La luz cenital o luz de medio día, es la menos atractiva ya que el contraste llega a niveles muy altos en los que la máquina no los puede captar. La luz indirecta en un día nublado ilumina el motivo de una manera más uniforme que la luz directa y no crea sombras pronunciadas ni luces fuertes.
Las nubes, la niebla y la lluvia a veces pueden originar las condiciones ideales para fotografiar sobre todo cuando se quieren recalcar las texturas y los detalles sutiles.
Cuando no hay nubes que tapen el sol, el carácter de la luz cambia considerablemente a lo largo del día, a medida que el ángulo relativo del sol con el horizonte y su interacción con la atmósfera terrestre varían. Las mejores horas para hacer fotos en días soleados son las que los fotógrafos denominan horas mágicas, que comprenden aproximadamente las medias horas que preceden y siguen al amanecer y la puesta de sol. La longitud de cada uno de esos períodos varían con la latitud y la estación.
La luz del amanecer es una luz que es reflejada por el cielo por lo tanto es indirecta y difusa, de baja intensidad y contraste pero que cambia rápidamente a medida que el sol se acerca al horizonte. Los colores son más suaves y de tono pastel, aunque el cielo esté bañado de un color fantástico o lleno de nubes lo que da lugar a hermosos paisajes. La última hora del día emula a la que se da a primera hora de la mañana. La luz que hay desde aproximadamente una hora antes de que se oculte el sol hasta que éste se hunde tras el horizonte es muy similar a la de la primera hora de la mañana después de que se asome. Tras la puesta del sol, una media hora después ocurre el resplandor alpino, una de las mejores luces de todo el día.
De noche, la luz de la luna resulta estupenda para fotografía de paisajes con exposiciones largas y trípode.
Aprende a buscar esa luz espectacular, que no se da con frecuencia. Una luz así puede crear imágenes únicas y de gran impacto.
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